Por: Grettel Pérez
Esos rastros de actividad humana que han dejado figuras que permanecen a pesar de su colosalismo y de la solidez pétrea de sus lienzos, imágenes de vida cotidiana y signos geométricos grabados en cuevas y paredes rocosas, permanecen en nuestra historia como arte rupestre, un gran libro abierto de estudio de la edad prehistórica, cuando el hombre antes de vivir en chozas se mantenía bajo el amparo de las cavernas.
Petroglifo son las imágenes grabadas en las superficies rocosas. Para lograrlas utilizaron instrumentos de gran dureza que permitieron el tallado sobre las rocas. Algunos fueron realizados mediante el golpeteo con una piedra más dura y otros instrumentos (como el cincel y el martillo en la actualidad), otros fueron grabados al rayar con rocas talladas y pulidos finalmente con arena y agua. Por ello encontramos figuras de espirales, hileras de puntos, caras triangulares cuadradas y circulares en este tipo de arte rupestre.
Se cree que estos pigmentos se aplicaron con los dedos y las manos (como se aprecia en muchas de las pinturas) y con instrumentos de apoyo que lograron dibujar animales y hombres.
¡Mira Papá, bueyes pintados!
Una tarde Marcelino Sanz de Sautuola, estudioso de filosofía y letras, aficionado a los estudios de ciencias naturales, botánica, geología y prehistoria, se convirtió en el descubridor de la Capilla Sixtina del arte rupestre. Y es que el capataz de sus fincas Modesto Cubillas conociendo sus aficiones le informa que había descubierto (en 1868), una cueva interesante para sus estudios en las inmediaciones de sus terrenos, y aunque Sanz la había visitado en 1875 por vez primera, fue en 1879 acompañado de su pequeña hija quien admirada alzó la voz diciendo: ¡Mira papá, bueyes pintados!”, que elevó su mirada para descubrir las pinturas de la Cueva de Altamira.
Las pinturas pertenecen a los periodos Magdaleniense (por la Cueva Madeleine) y Solutrense (por los yacimientos en Solutré), ambos ubicados en las últimas culturas del paleolítico superior en Europa occidental (entre los años 35,000 y 11,000 a.C.), específicamente entre Francia y España; en ellas se admira fácilmente figuras en titas negras, rojas y ocres que representan bisontes, caballos, toros, renos o ciervos, animales típicos de la última era glaciar.
La Cueva de Altamira junto a 17 cuevas más, fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1985 por la grandeza que representa para nuestra historia la conservación de estos primeros signos artísticos del hombre.
en el Parque nacional Kakadu , Australia, en la Isla de Pascua, Chile, en Huashan, China y Bhimbetka, India, en la Cueva de las Manos, Argentina, en la Sierra de San Francisco en Baja California, México y en la Sierra de Capivara en Brasil.
En el libro Le primitivisme dans l’art du XXe siècle, William Rubin presenta un estudio de como el arte rupestre ha inspirado a los artistas contemporáneos como Paul Klee (Muerte y Fuego), Pablo Picasso (Máscaras) y Rufino Tamayo (Hombre con Bastón), por citar algunos, describiendo objetos primitivos que han sido conceptualizados en obras contemporáneas inclusive de Gauguin, Lipchitz, Modigliani, Giacometti y Moore.
Para los que gustan de la novela histórica, la colección de seis libros Los Hijos de la Tierra de la escritora Jean M. Auel, les será apasionante. El relato es imaginario pero bien documentado de cómo pudo ser la vida de aquellos hombres y mujeres que vivieron el arte rupestre en sus manos, describiendo los emplazamientos sagrados (Comarque, Gabillou, Rouffignac, La Foret, Castelmerle, Combarelles, Gorge d’Enfer, Laugerie Haute, Cap Blanc, Lascaux, Cougnac, Pech Merle, Chauvet, Font-de-Gaume), en los cuales se dividió aquel periodo de diez mil años.
** Basado en Introducción al arte rupestre de Martínez Celis, Diego y Botiva Contreras, Álvaro.